La Comisión de Lugares, Monumentos y Sitios históricos y su accionar
con el Zoológico de Buenos Aires Eduardo Ladislao Holmberg:
Un patrimonio cultural destruido
por Carlos Fernández Balboa
Este artículo no se propone entrar nuevamente en el bizantino debate de la necesidad, o no, de la existencia de los zoológicos. Ya hemos dado nuestra opinión en la compilación de un libro editado por las más importantes organizaciones no gubernamentales ambientalistas del país ([i]). En esta oportunidad, denunciamos una pérdida irreparable en términos de memoria histórica de la ciudad y valor arquitectónico patrimonial, ante la modificación del Zoológico de Buenos Aires “Eduardo Ladislao Holmberg”, al realizarse la transformación en el -hasta ahora poco claro- concepto de “Ecoparque”. Llama también la atención, en este proceso, la inacción (por omisión, impericia o complicidad) de la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes históricos.
El Zoológico porteño, es uno de los primeros de Sudamérica, ya que su origen data de 1888, y fue declarado Monumento Histórico Nacional por decreto nro. 437 del 16 de mayo de 1997 del presidente Carlos Saúl Menen. En este contexto, las obras y modificaciones que se hicieran en el predio debían contar con el designio vinculante de la Comisión, encargada de hacer cumplir la ley. Ecléctico y pintoresquista, inspirado en el jardín inglés, el paisaje cultural del Jardín Zoológico se conformó esencialmente en sus dos primeras gestiones: Eduardo Holmberg quien fue su director entre 1888 y 1904 y Clemente Onelli entre 1904 y 1924. En ese proceso de “transformación” que lleva adelante la actual administración, al decir de la especialista en Jardines Históricos, Sonia Bergman, «la primera modificación impactante e irreversible es la de la configuración del parque. Los senderos, caminos y lugares destinados tanto para el manejo en condiciones controladas de la fauna, como para buscar situaciones de solaz y contacto de la naturaleza del visitante han desaparecido, reconfigurando y transformando para siempre lo que justificaba la categoría de monumento». Las máquinas niveladoras y los sistemas de remoción de tierra, no solo se han cobrado el paisaje, también algunas especies animales sensibles no han soportado la barbarie y, en los últimos años, los rinocerontes y una jirafa han sucumbido víctimas del stress y el mal manejo (si consideramos la fauna del zoo como patrimonio de los porteños, también es inexplicable las permanentes derivaciones “regalos” a instituciones de otros países y otras acciones que llevan a despoblar el parque de sus habitantes tradicionales).
Y es que el monumento no son solo las jaulas, ambientes o edificios con estilos arquitectónicos adaptados a la procedencia de los animales que contenían (idea llevada a cabo por Holmberg) sino también el paisaje circundante. En este sentido, hay una pérdida de la memoria histórica y del concepto de “parque” que instalara, con su impronta, Carlos Thays en todo el predio del 3 de febrero en Palermo. Así el zoológico pierde su esencia y también la memoria de sus realizadores: el arquitecto Pablo Ludwing, y luego Pierre Bourcher, como la dirección artística del reconocido escultor Lucio Correa Morales. La obra de estos eminentes generadores de cultura no está reflejada en ningún ámbito del parque.
Hace unos años, el concesionario decidió modificar la puerta de acceso por Av. Las Heras, moviendo el perímetro hacia adentro, dejando el Arco como una decoración (para instalar las boleterías): ya no era necesario atravesar el Pórtico de Entrada para ingresar al zoológico, porque éste había quedado fuera de sus límites, ya no tenía sentido para los visitantes cruzar la réplica del Arco triunfal de Tito, cuyo friso era obra de Lucio Correa Morales. Pero en 2014, ante la andanada de críticas recibidas, se decidió que la entrada volviera a su configuración original. Gran parte de las rejas que marcan el perímetro provenían de fundiciones europeas y se colocaron entre 1893 y 1894, pero muchos metros han desaparecido sin conocerse su destino. También se quitó el detalle de terminación de los Pilares.
La casa del director, que fuera el hogar de Clemente Onelli, sufrió una modificación extrema modernizándola y convirtiéndola en oficinas con cubículos para el personal administrativo, hacinado. Del mismo despacho desapareció mobiliario: como una gran mesa que fuera escritorio del directorio, cuadros, mapas y planos antiguos, litografías, medallas y todo lo que diera idea de “viejo” (a decir de uno de los muchos funcionarios que estuvieron al frente del parque durante la gestión del gobierno de Larreta). Ya había menguado notablemente hacia principios del año 2000 la biblioteca pública Domingo Faustino Sarmiento que tenía aproximadamente 12.000 ejemplares, muchos de alto valor patrimonial como la obra de Humboldt (Cosmos) firmada por su autor. Estos libros fueron derivados a varias reparticiones y, oportunamente, nos ocupamos de realizar las denuncias pertinentes con magros resultados en su recuperación. Tanto en la licitación de los edificios internos para convertirlos en espacios gastronómicos o de cualquier otra funcionalidad no especificada en los pliegos de licitación pública, no hay ninguna referencia al recuerdo o estrategias de preservación de lo edilicio, cuya efectividad queda a voluntad del concesionario, pero con la supervisión de las “autoridades”. De hecho, en algunos de ellos se vislumbra la colocación de persianas como sistema de aperturas a un espacio más «adecuado» a las necesidades del público. Un ejemplo es la Casita Bagley, cuyo pliego indica una accesibilidad de público mucho mayor que la superficie del mismo edificio comprometiendo así espacio que debería ser zona buffer del edificio. Desde hace al menos dos años, no se conoce ningún mantenimiento serio con respecto al patrimonio edilicio (exceptuando los muy destacables como la Casita Bagley y el Templo de Vesta que se encuentran muy expuestos). Toda la franja paralela a la avenida Del Libertador esta ocupada por la segunda área comercial correspondiente a locales gastronómicos y una calesita ¿?. Bajo estas instalaciones se encuentra un solar de valor arqueológico correspondiente a una dependencia del Caserón de Rosas. Seguramente las autoridades entienden que la arqueología no se corresponde al concepto de Ecoparque, que en el primer mundo refiere a los lugares donde se reciclan elementos de usos cotidianos. No hay allí ni siquiera un cartel. Analizar la situación del patrimonio escultórico es entrar en un rompecabezas. Muchas obras se han reubicado en otra parte del parque, restando su significado semiótico, se han trasladado a otros paseos de la ciudad o directamente han desaparecido.
En suma, es irreparable la pérdida del paseo Jardín Zoológico en la inserción de la memoria colectiva y de su integración al patrimonio tangible e intangible de la sociedad porteña. Los actuales funcionarios del gobierno porteño (secundados por las autoridades de la Comisión Nacional de Monumentos) ignoran que el mal gusto se convierte en delito cuando destruye la belleza. Un parque es un ser viviente, una obra de arte realizada por sus artistas – paisajistas, gestores y un material frágil y voluble como es el verde, sumado a elementos construidos con materiales más imperecederos, pero que no por eso dejan de requerir cuidado y mantenimiento. Quizás la pérdida integral del Zoo porteño, y toda su herencia cultural, sea lo que mayormente podamos criticar a la gestión patrimonial de los cuatro años del gobierno nacional saliente y por supuesto a los ya doce años que tenemos del gobierno de la ciudad. Sin llegar al extremo de pedir el juicio de residencia, la malversación del patrimonio público requiere de una respuesta de los funcionarios responsables, a fin de que los ciudadanos no sintamos que, una vez más, somos víctimas silenciosas de situaciones que perjudican indefectiblemente nuestra calidad de vida y la de las generaciones futuras.
por Carlos Fernández Balboa
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Licenciado en Museología
Patrimonialista
Docente universitario