Presentación de la Misa Criolla en el Museo de Arte Popular José Hernández

El domingo 14 de diciembre a las 19:00 se presentará la Misa Criolla, dirigida por el maestro Damián Sánchez e interpretada por el Coro de S.A.D.A.I.C., en la sede del Museo de Arte Popular José Hernández sito en Avenida del Libertador 2373 en el barrio de Palermo.

La Misa Criolla de Ariel Ramírez cumple 50 años. Es una pieza histórica del repertorio folklórico argentino que tiene un carácter religioso cristiano, aunque con los años adquirió un sentido universal y trascendió fuera de los ámbitos religiosos. Esta obra musical se grabó en 1964. En una cara del long play también contenía la obra «Navidad Nuestra», una de las grandes creaciones de Ariel Ramírez como músico y Félix Luna, como poeta.
 
Aunque mucha gente las toma como una obra de conjunto, en realidad «Navidad Nuestra» es bien diferente de la Misa. En esta pieza se recogen seis hitos del evangelio de infancia  y se los presenta en ritmos folclóricos típicos de las distintas regiones argentinas.
 
Por su parte, la Misa Criolla es una adaptación del texto litúrgico en español de la misa católica, tal como había sido aprobado en 1963, por la Comisión Episcopal para Sudamérica realizada por los sacerdotes Antonio Osvaldo Catena, Alejandro Mayol y Jesús Gabriel Segade.
 
El museo invita para que el domingo 14 de diciembre a las 19:00 a la sede del Museo de Arte Popular José Hernández – Avenida del Libertador 2373- puedan disfrutar de la presentación de la Misa criolla interpretada por el Coro de S.A.D.A.I.C. dirigido por el maestro Damián Sánchez.
 
Como adelanto, va a continuación un fragmento del libro Encuentros, que escribió Félix Luna, autor de la letra de Navidad Nuestra.

«Una noche de septiembre de 1964 me encontraba en el diario Clarín cuando recibí un llamado telefónico de Ariel (Ramírez)

–  Necesito verte con urgencia. ¿No podés venirte? Terminé mis cosas y me largué a su casa. Ariel me explicó el problema: estaba terminando de componer una misa inspirada en la «Misa Luba», el éxito mundial de ese año. Pero los temas litúrgicos no alcanzaban a completar un long –play. Pensaba llenar el disco con cinco o seis villancicos y con esa intención recurría a mí.

Era como la una de la mañana y yo estaba todo lo cansado que puede estar un periodista que entró a trabajar a las seis de la tarde. Pero esa noche era noche de milagros. Todos los recuerdos del colegio de monjas de mis primeros grados, las memorias de una religión que mi madre y mis hermanas me habían hecho vivir intensamente durante mi infancia, una vibración espiritual que nunca dejé de sentir aunque no era un católico practicante, esa emoción estética que transmiten los ritos y las ceremonias que tantas veces presencié y en las que participé, todo eso afloró repentina y arrolladoramente en aquel momento.

Le dije a Ariel que, mejor que varios villancicos, lo que teníamos que elaborar era un retablo criollo; trasladar a nuestra tierra el misterio universal de la Navidad, poner los episodios evangélicos que rodean la Encarnación en clave de leyenda telúrica con situaciones, personajes y lenguaje nuestros. Y los paneles de ese retablo, que se llamaría Navidad Nuestra ( lo dije de entrada, con total seguridad) serían la Anunciación, la Peregrinación de José y María, el Nacimiento, la Adoración de los Pastores y la de los Reyes Magos y, finalmente la Huida a Egipto.

Cuando recuerdo esa noche, me parece que alguien nos dictaba lo que íbamos haciendo. En el tiempo que transcurrió entre mi llegada y la madrugada, cuando volví a mi casa, quedó definida la obra en su totalidad y virtualmente terminadas cuatro o cinco de las seis que la integrarían. Todo fue saliendo con una rapidez y facilidad increíbles, como si nos hubiéramos preparado durante años para esa creación. Casi sin necesidad de hablar se esbozaban los temas.

–  La peregrinación de José y María tiene que ser una huella- decía yo- porque transmite una soledad y una lejanía como las de esa pareja que busca un cobijo donde pueda ampararse.

–  Bueno, pero la huella tradicional tiene una melodía invariable y muy conocida- replicaba Ariel, indeciso.

–  Componé otra sobre la misma estructura….

–  Te parece?

–  Y no terminaba de decir esto cuando dibujó en el teclado la línea musical de «La Peregrinación» que ha recorrido el mundo y hasta tuvo el honor de ser plagiada en Francia, donde se la conoció  como «alouette».

–  Y el Nacimiento ¿cómo podrías hacerlo?

–  Tiene que ser la gran canción de Navidad argentina- decía Ariel- como «Noche de Paz» o «Jingle Bells» o «Navidad Blanca»…

–  Y empezaba a esbozar la vidala catamarqueña que es «El Nacimiento»

–  ¿La Adoración de los Pastores? Ya está: pondremos al Niño en Aimogasta, vendrán a adorarlo de Pinchas y Chuquis, de Aminga y San Pedro, de Arauco y Pomán, y voy a hacer intervenir a mi amigo don Julio Romero, para que preste sus caballos, los mejores del pueblo. Ariel, no tenés más que imaginar una chaya, una típica chaya riojana, y la letra te la tengo lista en un rato, o mañana a más tardar. Y los Reyes Magos no le van a regalar incienso, oro y mirra, sino arrope, miel y un poncho….
Es curioso cómo surgen los elementos creativos en ciertos momentos. Hablábamos de «La Anunciación» que sería un chamamé: venía bien, entonces, algo en guaraní, idioma que por supuesto ignoro. Pero en ese instante apareció desde el fondo de mi memoria una coplita que papá, que pasó su adolescencia en Corrientes, solía canturrear. Y entonces incorporé un par de palabras de aquella cancioncita: «mamó parehó», que quiere decir » de dónde venís». Y así quedó «mamó parehó angelito/que tan contento te vienes vos»   
«Navidad Nuestra» fue surgiendo con excitación y naturalidad, alegremente, como si lo único que hiciéramos fuera desbrozar de nuestra imaginación todo lo que estuviera ocultando melodías y poemas instalados allí desde siempre: sacábamos malezas y aparecían completos, perfectos, esos temas que trasladábamos rápidamente al papel o al piano. Ciertamente, fue una noche prodigiosa, y lo más raro consiste en que Ariel ni yo nos dimos cuenta entonces de lo que estábamos haciendo; él creía que estaba completando una obra que necesitaba para llenar las dos caras de un disco long-play, y yo salí de allí con la idea de que habíamos solucionado un problema. No percibimos la real dimensión de una elaboración musical y poética que- no voy a ser falsamente modesto- forma parte inseparable de lo mejor de la cultura argentina.

Pocas semanas después se grabaron la «Misa Criolla» y la «Navidad Nuestra», pues Philips tenía apuro por presentar el disco antes de fin de año. Yo estuve presente en algunos ensayos y en casi todas las grabaciones. A medida que escuchaba las voces de Los Fronterizos, con su rara coloratura, mientras el clave pulsado por Ariel aportaba ese noble sonido que lo distingue, cuando el coro magistralmente dirigido por el padre Segade enriquecía la línea melódica, iba percibiendo que asistía al nacimiento de una obra de excepcional calidad, algo que habría de exceder el propósito primitivo de sus creadores e intérpretes, para proyectarse a terrenos superiores del arte. Una de las últimas noches salíamos del estudio de grabación, en Córdoba entre Maipú y Florida. De pronto, con una convicción que a mí mismo me asombró dije:

–  No sé si dan cuenta de que la «Misa Criolla» y la «Navidad Nuestra» recorrerán el mundo. Serán un éxito en todos los continentes y por muchos años esta obra habrá de perdurar. Todavía no tenemos noción del increíble fenómeno que será esto que estamos haciendo…

–  ¿Necesito decir que así fue? No voy a recordar todo lo que significó la alianza de esas melodías, esas palabras, esas voces y esos instrumentos  que en los primeros días de diciembre de 1964 apareció en un disco con aquella carátula sobria, de color morado, que pronto conocieron millones de personas del mundo entero«. 
En «Encuentros» de Félix Luna; Sudamericana; 1996, pág. 29 a 32